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Probablemente, los inmigrantes qataríes griten goles de sus propios colores o de extraños, a pesar sus dolores y sus muertos como, cuentan los argentinos sobrevivientes, hacían desde sus celdas, mientras en ciudades argentinas y de distintas partes del mundo aparecían obleas montoneras que gritaban ”Argentina Campeón, Videla al Paredón”. La pelota ya rueda y el mundo cambia sus tiempos, acomoda relojes a los husos horarios del desierto. Es la fiesta de ser iguales y poderosos, por un rato, por 90 minutos de ese juego tan maravilloso que siempre se descubre que alguien lo practicó antes, egipcios, romanos, mayas, africanos; el de la pelota y los pies, el más difícil de todos, por eso, por la máxima distancia entre instrumento y cerebro; el que tiene menos cuota de lógica y se burla desde su dinámica de lo impensado (¡salud Panzeri!) Ese, al que sólo lograron controlar, desviar, desteñir, los escritorios de la corrupción, los palacios del marketing y, claro, las corporaciones concentradas de la economía mundial, hoy junto a una monarquía petrolera que reside entre camellos (desde hace varios años portadores del peligroso MERS-CoV transmisible a los humanos) y alumbra en París.